¿Quien no se ha arrascado las postillas siendo un infante? ¿Quien no ha sentido ese secreto placer al ir levantando poco a poco la postillita que se formó días después de pegarnos un buen tortazo? Estos días atrás he vuelto a mi niñez, no por la Navidad, sino gracias al mamporrazo que me pegué la semana pasada, que, aparte del ridículo monumental que sentí (aunque estaba con amigos que tuvieron el detalle de no descojonarse de risa), y del moratón en la rodilla, me dejó una generosa postilla. Ahora, todas las noches antes de acostarme, la miro y la remiro. Compruebo si ya está lo suficientemente seca y voy quitando los trocitos que ya lo están, con tristeza, porque cada vez queda menos y ya no es el festival de entonces, tortazos y postillas a diestro y siniestro. Ayyy... (suspiro) que pena hacerse mayor....
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