Historias de una petarda - Capítulo 1 - Vamos a situarnos

Hace más de un año ya, que dejé de trabajar en una empresa en la que pasé casi cuatro años de mi vida. La oficina no era mayor de 6 metros cuadrados en la que no teníamos ni ventanas ni ventilación, vamos, una especie de búnker. Una de las partes de este cubículo estaba formado por dos puertas correderas que ocupaban todo lo largo de esa parte y que escondían la oficina del resto de la empresa cuando se cerraba. Normalmente teníamos abierta una de las puertas, más que nada para ver si entraba alguien, porque aunque veíamos parte de la calle, la luz natural apenas llegaba a la oficina, por lo que estábamos permanentemente con la luz encendida.


Las restantes tres paredes de la oficina estaban cubiertas de baldas con archivadores, una de ellas además, con una mesa donde me ponía yo, y otras dos mesas en el centro de la oficina. E inexplicablemente ¡entraba todo, todo! además de ocasionalmente mi jefe, de mi compañera de trabajo que pasaré a denominar "la petarda", y yo, sufridora de sus mil y una historietas.

La petarda, tenía 20 y pocos años y estaba allí por obra y gracia de ser sobrina del jefe, algo muy común en este país. Llevaba "trabajando" allí prácticamente 1 año, de forma intermitente al principo hasta que decidieron hacerle un contrato más o menos, más bien menos, "decente". Era bastante pueblerina y el concepto que tenía de sí misma es que era muy simpática y extrovertida, y eso porque cuando se encontraba con gente aparte de no parar de hablar informaba de todos los sucesos conocidos por ella, y claro, ¡vaya servicio público que hacía! ¡y gratis!

Por esa regla de tres, supongo que yo le debería parecer más rara que un perro verde, porque lo de andar contando historias, pues como que no es lo mío, y menos aun cuando fuí consciente de que cuando se le acababan sus propias historias echaba mano de las de otros. Así que durante ese tiempo conocí la vida y milagros suyas y de todos las personas de su entorno.

Al principo decidí seguirla el rollo, pero claro, tenía que escuchar la historia, una vez, cuando me lo contaba a mi, otra vez cuando se lo contaba a su amiga del alma por teléfono y otra vez cuando se lo volvía a contar a la chica que venía a "limpiar" en cuanto aparecía por la puerta. Eso si no era una cosa especialmente relevante, porque en ese caso, las llamadas por teléfono iban aumentando exponencialmente según la importancia que le diese y de si los jefes andaban por la empresa, entonces podía llamar a su abuela, a su madre, a amigas, a los propios interesados, etc, todo por cuenta de la empresa, como no podía ser menos, para eso "sufría" tanto en su trabajo, no te digo... Además en el caso de historias especialmente relevantes, cada cierto tiempo solía recordarlas, recreándose, inventándose parte, para dar forma a su mundo paralelo. Cada vez que escuchaba ¿pero no te he contado que... ? me ponía a temblar...

4 comentarios:

Priscila dijo...

Yo también tuve a una compañera petarda, o mejor dicho, caradura, poco solidaria con los demás,...
A parte de hacer lo que hacía tu querida compañera a esta había que añadirle las charas con la psicóloga de la hija, las alrmas de su móvil que no paraban de sonar, pues se ponía alarmas hasta para ir al baño, tomarse las cápsulas de cola de caballo,... vamos un virus troyano para el despacho.

Kampanilla dijo...

Todavía no he contada nada... ya irás viendo o leyendo... Salu2.

sonia f dijo...

Pues fíjate, yo tuve una JEFA PETARDA. Y además olía fatal y era más mala que un dolor. 3 añitos 3 estuve con ella... la de cosas que aprendí!!!!
gracias mil por tus visitas, guapa!

Kampanilla dijo...

De nada, princesa, gracias a tí tb por visitarme.

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